Al sentir sus palabras, caí por un abismo que devoró mi mundo. En el delirío que se abría ante mí, fuí capaz de percibir, a duras penas, que estaba obligada a trepar por esas paredes oscuras y frías que conformaban el pozo donde había caído.
No había alternativa, salvo condenar mi piel y mis supiros a la indiferencia esquiva de los gozos y deseos que me habían sido sustraídos. Y en ese intento, descubrí la tenebrosa adicción de esa morada en la que nadie, salvo yo, estaba habitando. Y sin poder evitarlo, grité desesperadamente, pidiendo ayuda. Pero todo el mundo estaba demasiado lejos para escucharme. Y rompí a llorar.
Yolanda Palomo del Castillo
«Lady Divina»
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