No me digas que debo sentirme bien. Que la vida es preciosa. No me digas que ya pasará la tristeza. Porque yo, soy la única que debo de desprenderme de mis cadenas. Y lo hice. Fui capaz. No resultó difícil darme cuenta de que yo, solo yo, era la única que debía dejar atrás mis amarras. Y lo conseguí. Ya no queda nada de melancolía. Solo la justa para mirar un segundo al horizonte y luego, retocarme de rojo pasión los labios. Y, ahora, camino majestuosa por las aceras. Y ni una sola lágrima se atreve a destrozarme el rimmel que enciende mis ojos felinos.
Extraordinario.
Me gustaMe gusta